martes, 21 de junio de 2016

062.- Pasaje policial.

Alfredo Dámaso Vargas llegó a la Tierra del Fuego hace cincuenta años.

Lo hizo para cumplir tareas en la Policía Territorial Fueguina, habiendo sido contratado a tal fin en su provincia de Corrientes.

Si bien entró por Ushuaia muy pronto incursionó en el norte fueguino, tuvo distintos destinos en destacamentos rurales -Radman y Los Cerros- hasta que al formar familia fue acercándose a Río Grande: primero al puesto José Menéndez -cuando estaba abajo del puente, luego en la ciudad instalándose definitivamente en la calle Guaraní.

Con su esposa, que también vino de Corrientes haciendo íntegra su carrera policial tuvo tres hijos, uno de ellos -Walter- se retiró como Comisario Mayor ejerciendo la jefatura de la repartición.

Dueño de amplios recuerdos, y toda una alegría de vivir, cumplirá Alfredo 74 años el próximo 11 de diciembre. Desde 1991 se retiró de la repartición con la que se encuentra unido de cuerpo y alma.

La tarde del Día de la Bandera nos encontramos en su casa, y hablamos fundamentalmente de su condición de chofer policial, vinculando la zona rural con sus complejidades de comunicación, más que delictivas.

Allí puso en mis manos esta documentación de su llegada a nuestro territorio, cuya primer imagen es la que corresponde al frente del pasaje naval que le fuera otorgado para cumplir la travesía. El buque traía turistas, y ellos -los chaqueños, los correntinos por separado- viajaban en segunda, en camarote venían 200 conscriptos para la armada, El viaje que hacía escalas en la costa patagónica demoro quince días.


Por dentro venían las condiciones del viaje, y la referencia que identificaba al pasajero y la forma en que el estado se hacía cargo de su traslado.


Una carta le comunicó oportunamente a Vargas con las situaciones en las que se vería enfrentado.


La recomendación de venir abrigado dio lugar a múltiples anécdotas, Alfredo recuerda que con él venía Ángel Eduardo Acosta que lucía una gabardina con marca Poliester Elefante Nlanco, lo que llevo a que el correntino llevara por años ese sobrenombre Elefante Blanco.

Acompañamos esta documentación con una foto de época de nuestro donante, la que lucía en el carnet de condutor 2425 expedido por la Municipalidad de Río Grande.


domingo, 19 de junio de 2016

061,. CORBATAS.-



Era el momento indudable en que mi padre se disponía a salir de casa cuando se colocaba la corbata y ajustaba el nudo frente al espejo.

El espejo era redondo y lo utilizaba para afeitarse. Para eso lo elevaba a su altura. Mi madre lo invitaba a que usara el de la cómoda, para lo cual tenía que agacharse, o el de “la nona”, que estaba guardado en una pieza que servía de depósito.., porque según ella uno debía verse de cuerpo entero antes de salir. Y la corbata podía desentonar con el resto de la vestimenta, o con el momento que se iba a vivir.

Papá tenía una corbata negra para los funerales, y varias para todos los días, en las fiestas era otra cosa.., alguna más informal, multicolor, brillante, y llegada alguna fiesta podía recibir otra corbata de regalo.

La imagen superior muestra las tres corbatas que me han quedado del vestuario de mi padre.



La inferior muestra una de ellas con su marca, creo que se compraron en la Tienda Buenos Aires.

Yo también comencé con esto de las corbatas siendo muy niño, tal vez antes de ir a la escuela. Mi corbata era escocesa de fondo verde con vivos rojos y blancos, vaya a saber a qué clan pertenecería. Como era para un niño, supuestamente poco hábil, se ajustaba con una elástico y pequeño gancho. Más tarde vinieron otras, que formaron parte de la exigencia del uniforme en la escuela secundaria. Creo que por influjo de los Beatles pasamos en la pubertad a usar corbata delgada, y al final de la adolescencia las corbatas se ensancharon y por influencia hippie aparecieron algunas con estampados búlgaros.
Mi foto de ingreso a la universidad me muestra con una corbata de un ancho fuera de lo común, poco después fue común que en los casamientos en novio luciera amplio corbatón de seda.

Por esos años mi padre por razones laborales dejó de usar la corbata cotidianamente y cuando se hizo cargo de la conserjería del Atlántida y volvió a usarla fue un motivo de alegría para mi madre, creo que se conformó con eso más que con la remuneración que percibiría.

Hasta entonces la corbata había sido par él prenda dominical. Los sábados peluquería, el domingo camisa blanca y corbata, aunque tuviera que quedarse en casa.

Hacer el nudo de la corbata era una suerte de superación, un ascenso a la condición masculina más elevada.

Durante mucho tiempo me tomó examen para ver si había aprendido de su mano, y en su cuello. 

Tendría una docena de corbatas cuando nos enteramos por la revista Gente que el presidente Lastiri tenía: ¡mil!

Cuando murió ya vivíamos cada uno en su casa, y el trabajo cotidiano –encargado de un corralón maderero- con tenía con pilchas más rudas; tal vez por eso dejó el nudo corredizo en las corbatas que más usaba, la que sacaba con encima de su cabeza y ajustaba cuando era necesario colocarla.

Tenía cierta dificultad para elevar los brazos, productos de una fractura en omóplato y clavícula que dejó sus secuelas, por lo le pedía a mi madre que “lo enlazara”.

Mamá solía comentar que la corbata era un invento de los croatas –ella venía de esa raza- que la usaban los hombres que iban a la guerra, que engordaban y les saltaban los botones, y no tenían mujer cerca que se los cosieran, y por eso con una tira de tela cubrían los faltantes adoptando con el tiempo colores diferentes según el regimiento al que pertenecían.

En esos tiempos sin internet mi madre tenía explicaciones para todas las cosas, algunas parecían un tanto fantasiosas, cualidad que alguno en la familia parece haber heredado

Así quedo esta corbata, -en la tercera foto- con el nudo nacido de las manos de mi padre, hace algo así como 37 años, o más…. La tercera foto.