miércoles, 28 de agosto de 2013

025.4.- Libro AVENTURAS DE DOS NIÑOS PERONISTAS.

Este libro se imprimió en la primera quincena de Julio de 1948 en Peuser, Patricios 567, Buenos Aires, para la Editorial Codex S.R.L., Sarandí 328, Buenos Aires. Industria Argentina.

Este nuevo abordaje nos permite llevar al final de esta historia.



En el escenario político del país, los acontecimientos se precipitaban.
El coronel Perón, al frente de la repartición creada por él, o sea la Secretaría de Trabajo y Previsión, realizaba una obra digna y humanitaria, sacando de la sombra a millares de seres que hasta entonces habían esperado en vano.
“¡Justicia social!”
Eso era lo que clamaba el pueblo proletario, y desde sus oficinas el hombre luchaba sin descanso por mejorar el nivel de vida de los obreros de la patria. Justas resoluciones llevaron un poco de claridad a muchos hogares humildes.
Vinieron las mejoras de salarios. Ahora, el descamisado, el individuo que hasta entonces había trabajado desesperadamente en favor de unos pocos, podía llamarse independiente desde el punto de vista económico.
Ahora podía sonreír en sus minutos de descanso, ver a sus hijos bien vestidos, llegarse hasta la farmacia a comprar medicamentos sin sobresaltos ni amarguras.
Desde ahora, el peón de campo no sería la criatura siempre explotada que no tiene derecho a rebelarse; ese peón de campo que otrora fue carne de cañón en nuestras luchas por la libertad y que hoy, de sol a sol, labraba la tierra o arreaba ganado por interminables caminos de la llanura.
Ahora estábamos en una nueva Argentina, más justa y, en consecuencia, más grande.




Un día en que su madre lo desvestía, el pequeño Héctor se sorprendió al ver un retrato desconocido colgado de una de las paredes de la habitación.
-¿Y ése, mamita? ¿Ese es el hombre de quien dice papito que hace cosas tan buenas para nosotros?

-Sí, querido, es ése.
-¿Es el mismo de antes? ¿El mismo de quien papá habló hace mucho?  ¿Es el hombre que Mariquita no sabía cómo se llamaba?
-El mismo, Héctor.
-Es el coronel Perón, ¿no, mamita?
-Sí, hijito.
-Papá lo debe querer mucho... Ha colgado el retrato al lado del de abuelita...
-El coronel es el protector de los obreros, de los descamisados, de la clase trabajadora. ¡Merece estar ahí!
Entonces, como dice el “Pecoso”, ¿nosotros somos peronistas?
-Sí, Héctor, somos peronistas –contestó la bondadosa mujer con una sonrisa-. Perón es un patriota, y a los patriotas desinteresados hay que seguirlos siempre.


Transcurrieron meses de contratiempos, de afanes, de lucha sin tregua para los gobernantes. El país, sin embargo, seguía su marcha ascendente, y el pueblo sonreía dichoso.
Y llegó una fecha histórica, comienzo de una nueva era, anhelado camino de paz y bienestar para todos.
Pero, amiguitos míos, no nos apartemos de Héctor y María, los niños, que fueron testigos de acontecimientos que no se habrán de borrar de la memoria de los argentinos que vendrán.
Llegó el 17 de octubre de 1945.
Aquella mañana, los niños, acompañados del abuelo Nicolás, se fueron de paseo hasta el Riachuelo, para ver los barcos.
Sobre la margen sur de aquél, se dieron de boca con una multitud acalorada, la que a gritos pedía que se bajaran los puentes para poder entrar en la Capital.
Era una ola humana incontenible, grandiosa, que porfiaba por llegar hasta las calles del centro. Allí se veían hombres, mujeres, ancianos y hasta niños que levantaban el brazo pidiendo paso libre.
¿Qué sucedía?
El abuelo Nicola, alarmado, buscó un lugar que ofreciera más abrigo.
-¡Queremos pasar! -rugía la gente.
-¡Queremos la libertad de nuestro líder! –vociferaban otros.
Por momentos, parecía que todo ese hervidero de ente inventaría cruzar el río con peligro de la propia vida.
Héctor y Mariquita, aterrados ante semejante espectáculo, se prendían a los brazos del abuelo y lo interrogaban temblorosos.
-¿Qué pasa, abuelito? –preguntaba el niño-. ¿Qué quiere esta gente, que parece que está loca?
-No sé, hijo...
-¡Vamos a casa! –lloriqueó la niña-. ¡Tengo miedo!
El viejo Nicola creyó muy acertado el pedido de la nietecita. En el acto tomó por la calle Montes de Oca en dirección a su no muy lejano barrio.
Pero, ¡cosa extraña! Por todas partes se veían grupos de personas agitadas, sudorosas. En cada esquina se formaban manifestaciones que, entonando cánticos y dando vivas a un hombre, se encaminaban hacia el centro de la ciudad.
-Perón... Perón... Perón...
-Nunca he visto algo parecido –dijo el abuelo, arrastrando a los pequeños.
Un hombre que encabezaba un grupo de disciplinados obreros que acababan de abandonar el trabajo en una fábrica del barrio, pasó junto a los tres, gritando algo que iluminó la mente del abuelo.
-¡A Plaza de Mayo! ¡Queremos la libertad del coronel!
¡La libertad del coronel! Entonces, ¿había sido detenido el líder de los trabajadores? Entonces, ¿toda esa ola humana era el pueblo laborioso de Buenos Aires que marchaba a pedir a su conductor?
Si. ¡Era eso!
El abuelo llegó por fin a la casa. Cubierto de sudor y muy intranquilo, preguntó por los padres de los pequeños.
Catalina, La mujer del fundidor, le explicó lo ocurrido en pocas palabras.
-Han detenido a Perón, y el pueblo ha salido con la gente a Plaza de Mayo.
-¡Yo también quiero ir! –gritó el pequeño, lleno de fuego-. ¡Yo también soy peronista!
-Todavía eres muy chico –respondió el abuelo-. Eso es cosa de hombres, de hombres que piden justicia. Ya te llegará el día en que recuerdes lo que ha pasado y se lo cuentes a tus hijos con orgullo, dentro de muchos años.  El obrero fundidor, padre Mariquita, llego esa noche molido de fatiga y narró lo sucedido.
¿El pueblo, todo el pueblo, millares, centenares de miles de seres humanos, solicitando la libertad de Perón!
Luego, la figura del líder en los balcones de la Casa de Gobierno ante la alegría desbordante de aquella muchedumbre, jamás vista en la Capital Federal.
Día inolvidable! ¡Día único en nuestra historia, ya que desde ese instante cambiaba el destino de la patria!
-Ya tenemos al hombre que esperábamos –dijo el obrero al término de su narración-. Ahora los deseos de justicia se convertirían en felices realidades, aunque no lo quieran los que todavía luchan por aprovecharse de nosotros y explotarnos.
Los niños lo contemplaban, confundidos. Había sido aquél un día extraño, en el curso del cual experimentaron mucho miedo.
Unos minutos de silencio hubo en el humilde cuarto.
Repentinamente, a la distancia, se escuchó un creciente rumor. Era un rumor como de mar, como de tormenta...
Por fin llegaron las palabras con claridad.
La multitud regresaba, satisfecha de haber sido oída. Regresaba, sabiendo que el jefe se hallaba en libertad.
Pasó por la esquina, entre antorchas y banderas.
En millares de bocas, una sola canción:
“¡Oíd mortales!, el grito sagrado
Libertad, libertad, libertad.”
 
 




Con el trascurso de los meses, Perón fue llevado al situal de Presidente de los argentinos. El pueblo lo había elegido en forma tan limpia, que hasta los propios enemigos aplaudieron.
¡Oh, asombro!
Un hombre que levantaba tan sólo el estandarte de la justicia, del patriotismo verdadero y la promesa de mejores días para la patria, fue elegido Presidente y llevado en triunfo por sus conciudadanos.
Todo eso lo vieron Héctor y María.
Los pequeños fueron testigos de tantos acontecimientos maravillosos en tan contados años, que al recordarlos sus cabecitas se nublan y sus ojos se entrecierran, como enceguecidos.
Hoy, sus padres ríen, cantan y van a la tarea diaria con una escarapela al pecho.
Ahora tienen más dinero. Ya no son los miserables obreros que llevaban unos pocos pesos por quincena, entre los suspiros de las esposas y los pedidos insatisfechos de los hijos.
El pueblo se reúne muy seguido en la histórica Plaza de Mayo para saludar a su gobernante y aplaudir su palabra.
“¡Mejor es cumplir que prometer!”
-Sí –dice el padre de María-; Perón cumple, y ya vemos los resultados: ferrocarriles nuestros; teléfonos nuestros, empresas extranjeras nuestras; casas baratas; mejores jornales; libertad, igualdad y fraternidad entre los argentinos. Hombres contentos, y la bandera de Belgrano flameando orgullosa desde La Quiaca hasta la Antártida. ¿Qué más podríamos pedir?
¡¿Y el Plan Quinquenal? –pregunta don Nicolás.
-Otra obra maravillosa, abuelo –responde el obrero-. Gracias a dicho plan, tendremos miles de kilómetros de caminos; miles de escuelas; cientos de diques; millones de hectáreas, hoy improductivas, que se abrirán a los trabajadores del campo. Tendremos muchos hospitales, colegios de enseñanza industrial y mecánica, comisiones de cultura en todos los órdenes, universidades que abran sus puertas sin distinción de clases, fabricas inmensas, y trabajo en una palabra, para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino.
¡Esa es la obra de un criollo de ley, al que sigue su pueblo agradecido!
 

Héctor y María, los aventureros y simpáticos hijos de obreros, se hallan en la puerta de su casa, jugando.
-¿Has visto mi muñeca? –pregunta la niña, radiante-. ¡Antes mamita no podía comprarmela, pero anoche me trajo ésta!
-Y tú, ¿has visto mi carrito? –responde el niño, mostrando un hermoso vehículo en miniatura-. Papá me lo regaló ayer. ¡Antes nunca lo tuve yo tampoco!
Los dos sonríen, felices.
En sus rostros angelicales se refleja la dicha de todo un país.
Y aquí llegan a su término, mis queridos lectorcitos, las extraordinarias aventuras de dos niños argentinos que tuvieron la suerte de vivir días gloriosos e inolvidables para la patria.














sábado, 24 de agosto de 2013

027.- Muñeca Kukilín



Juguete de fabricación nacional, altura 35 centímetros, con vestido original. Propiedad de Alejandra Menéndez Aldé, actualmente domiciliada en San Fernando, provincial de Buenos Aires.

Las muñecas de esta marca ya eran fabricadas en la década del 60 y no hemos logrado mayor información sobre su lugar de procedencia, y el derrotero de la firma que las construía.

Actualmente se venden en Tom Distribuidora, Blanco Encalada 1315 Buenos Aires. Y por Mercado Libre hay variadas ofertas de distintos modelos, entre ellos la muñeca negra –que se sabía de la suerte y no destinada necesariamente a niñas, en valores que van entre los $ 100 y $  200.



Alejandra nos contó la historia particular de su juguete: “La tengo desde el año 1972, mide 35 cm, fabricación argentina, marca Kukilín. Me encantó ese nombre y así se llama”

“Me la reglaó mi abuela Neva Barsoti, no se si la compró en Montecarlo o lo de Menón, el precio obvio que ni idea”.

“Cuando mi abuela estuvi viviendo en Mendoza yo se la di para que se acordara para siempre –ja ja que chiquilinada!-, cuando abandon Mendoza –enviudó- fue una de las pocas cosas que no regaló y volvió a mí”.


“La tengo siempre sentdita sobre mi cama. Las otras están en Río Grande, domicilio paterno: una habla y la otra camina. La que habla dice ¡hola!, y le pones por la espalda disquitos y canta. La otra sola camina…”



25.3 Libro Aventuras de DOS NIÑOS PERONISTAS



Oh! Que ha pasado con nuestra lectura. Creí que nadie la extrañaba hasta que llegaron a preguntarme si pesaba en mí cierto tipo de censura. ¡Censura! Eso es cosa de otro tiempo: la cuarta entrega lo demuestra

En el piso de arriba, la escena fue tan emotiva como la anteriormente descripta. Mariquita, sus padres y el abuelito Nicola se fundieron en apretados abrazos. Acto seguido le hicieron ver su error y el inmenso peligro que habían corrido en un día tan lleno de novedades como ése. Los diálogos se sucedían con animación.
-¡Si hubiera visto! –describía la niña a su madre-, ¡Muchos hombres entraron a la carrera en un gran edificio, que después supe era la Casa de Gobierno! Más tarde llegaron los soldados, y el pueblo corría de un lado para otro. Todo eso me dio mucho miedo. ¡Menos mal que Héctor es un hombre! Me tomó de la mano y me escondió detrás de una pared, desde donde vimos muchas cosas que hacían temblar. ¿Qué quería decir todo aquello, papito?
-No lo comprenderías aunque te lo explicara, queridita. Lo único que debes saber es que ahora nosotros, los pobres, vivimos llenos de esperanza de que nos escuchen y de que alguien se ocupe de nuestra situación.
-¿Quiénes mandan ahora, papá? –tornó a preguntar la niña.
-Militares. Hombres hechos a la disciplina y patriotas que sabrán cumplir con su deber.
-Entonces, ¡los hombres que no son militares son malos?
-No, hijita, no. Hay algunos muy buenos, y ellos son los que han hecho esta patria grande donde has nacido, junto con los que llevaron o llevan espada. Los argentinos nos sentimos muy orgullosos de nuestra masa civil, en medio de la cual han vivido y viven ciudadanos que han hecho y hacen honor al país.
-Y esos civiles, ¿han sido patriotas?
-Mucho. Grandes hombres que ya conocerás en la escuela, cuando te lo enseñen. Sabrás entonces quienes fueron Moreno, Rivadavia, Paso, Beruti,  el propio Belgrano antes de ser militar, Chiclana, Justo de Santa María de Oro, Sarmiento, Alem, Yrigoyen y muchos más que se consagraron nada más que a la patria.
-¡Qué lindo sería conocer la vida de cada uno de esos hombres tan grandes!
-Efectivamente –terminó el obrero-. Hoy necesitamos alguno que, como aquéllos, gobierne con justicia y lleve alegría a todos los hogares argentinos.
-¿Y ese hombre de que hablas existe, papá?
-¡No lo sé, Mariquita, pero ojalá sea así!
Minutos después, la niña cerraba sus grandes ojos azules cargados de sueño, y el obrero, besando la frente angelical, se retiraba, entornando cuidadosamente la puerta.



 





El país, bajo el nuevo gobierno revolucionario, prosiguió su vida normalmente. Fue reconocido por todas las naciones del mundo, y sus hombres continuaron desarrollando sus variadas actividades. Para Héctor y Mariquita la vida continuaba siendo la misma, es decir, la escuela, los juegos en la vereda y las reuniones enla casa de dos plantas.
Una noche en que su padre leía el diario y comentaba los últimos acontecimientos, Mariquita escuchó algo que le hizo prestar atención.
-Ahora –había exclamado el padre, levantando los brazos- podemos tener esperanzas de protección. ¡Por fin ha aparecido el hombre que buscábamos! ¡Por fin!
Mariquita hilvanaba esas palabras con otras escuchadas meses antes,  aquella noche en que su papá le hablara ela necesidad de encontrar a alguien que comprendiera el problema de todos los argentinos.
-¿Un hombre? –inquirió la niña con timidez-. ¿Dices que ha aparecido un hombre? ¿No será el mismo de quien me hablaste hace un tiempo, papito?
-Si, hija mía –respondió el obrero-. Es el mismo. El pueblo lo buscaba, el pueblo lo necesitaba sin saber quién podría ser. ¡Hoy lo tenemos! ¡Lo hemos encontrado para que renazcan nuestras esperanzas!
Al día siguiente, de regreso de la escuela, María contó todo esto a su compañerito.
-¡Pero si eso yo lo sé también! –replicó el niño con el airecillo protector que adoptaba siempre que hablaba con su amiguita-. ¡Mi padre hace mucho que habla de ese señor! ¡Cómo se conoce que eres chica y que en tu casa no te consultan para nada! ¡Yo, hasta sé cómo se llama!
-¿Cómo?
-Juan Perón. Es militar... me parece que coronel.
-¿Y qué es ser coronel, Héctor?
-Y... es ser más que sargento... Es el que manda a todos menos al general. Lleva un uniforme muy lindo, con galones dorados y una gorra blanca y azul.
-Entonces, cuando sea grande voy a ser coronel –exclamó la niña con entusiasmo.
¡Bah! ¡No digas tonterías! Eso es cosa de hombres, nada más. Las mujeres solamente pueden ser enfermeras y, alguna que otra vez, puedes llevar el uniforme de la Cruz Roja...
-¡Qué lastima! –dijo la niña con un suspiro-. ¡Qué bien me hubiera quedado esa gorra azul y blanca...!
Y de esta suerte, entregados a ese diálogo inocente y encantador los dos prosiguieron el camino de retorno desde la escuela, que había abierto sus puertas para dar paso a cientos de palomitas blancas.





viernes, 16 de agosto de 2013

26. La última y la primera



Al 30 de junio caducó la concesión del Estacionamiento Medido a la ONG "Déjalo ser, déjame ser", que regenteaba una actividad polémica.

Ese día pagué mi última boleta al salir de la radio.

Hoy -16 de agosto de 2013- encontré la primer boleta verde, es por media hora y me la dejaron mientras asistía a mi clase de taichi.



Durante todo este tiempo en que no se pagó ahorré 282 pesos, los fui guardando para el cimbronazo no sea tan grande cuando se impongan los cuatro pesos en la hora, dos la media, uno los quince minutos. Es como si hubiera formado un fondo anticíclico.

Durante un tiempo pensé que el cobro del estacionamiento medido era necesario, situación que se reafirmó los primeros días en que pasamos sin sin su cobró.

Pero es complejo vivir en una ciudad donde hay tantos autos y en los que en buena parte de los casos sirven al transporte unipersonal.

Esto me lleva a recordar el cuento aquel de Condorito, que cuando Don Chuma le comenta que en EEUU hay un auto cada tres personas el dice: -"No puede ser, sino no los harían con cuatro puertas".

Son tantas las dificultadas para conseguir estacionamiento que en los últimos días he pensado en la necesidad que se extienda en mismo al casco antiguo de la ciudad, es decir Don Bosco por un lado, y Bilbao por el otro.

Mi amigo Don Pulgar, analista de cuando se le venga encima, opina lo mismo que yo pero el sostiene que un día debería cobrarse en las paralelas a Belgrano, y otro en las paralelas a San Martín.  Lo dice con picardía porque el vive en un pasaje oblicuo a ambas.

Mientras tantos se espera una pronta instalación de un techo de internet que relegaría las boletas verdes al olvido.

Por todo ello incorporamos la última y la primera a nuestro museo: con el tiempo seguro que todas lo serán legítimamente.

La primer ordenanza sobre el particular es de 1988, pero se tardó más de quince años en implementar un servicio de esta naturaleza.

domingo, 11 de agosto de 2013

25.2 Libro AVENTURA DE DOS NIÑOS PERONISTAS.

Subimos esta tercera parte de este singular libro en un día de elecciones, un día también político, un día cargado de esperanza para aquellos que no han caído en el fácil escepticismo de estos tiempos.
El libro comienza a desarrollar su relato y después tropezamos con un inconveniente.

A la mañana siguiente, Héctor y María se encaminaron hacia la escuela tomados de la mano.
Ambos parecían tristes, como si algo que pesaba en sus almitas detuviera la sonrisa de sus labios.
Una cuadra antes de llegar, el niño se detuvo; parecía haber tomado una resolución definitiva. Miró con fijeza a Mariquita.
-Mi papá es un descamisado –le dijo.
-¡Y el mío también!
-¡Ellos no tienen plata suficiente, y es por eso qu nuestras madres lloran!
-¡Ya lo sé!
-Bueno. Nosotros podemos trabajar para ayudarlos.
-¿Y Cómo? –interrogó la pequeña-. Somos muy chicos...

Y el inconveniente está aquí: UNA HOJA FUE CORTADA. Ya el libro en su tapa muestra que con lápiz se borró la palabra peronista convirtiendo a la obra en tan solo “AVENTURAS de dos niños!




....

Luego página cortada, la cual comienza: -No importa...  y del otro lado de se un dibujo.


Varios vehículos incendiados por el populacho ardían sobre el pavimento de la Avenida y de la calle Victoria, hoy Hipólito Yrigoyen. Tropas del ejército cruzaban al trote hacia el paseo Alem, y racimos humanos convergían hacia la Plaza de Mayo al grito de: ¡Abajo la oligarquía!
Mariquita se abrazó a Héctor, temerosa:
-Tengo miedo... ¡Llévame a casa!
-Es que... no sé para dónde queda... –contestó el niño, casi lloroso.
Pero él era un hombre y no debía perder su aplomo. Ante todo, le cabía la inmensa responsabilidad de proteger a su compañerita. Estrechó los hombros de la niña con uno de sus brazos, y se refugiaron a todo escape tras una de las arcadas del Cabildo. Allí, por lo menos, hallábanse al abrigo de los tumultos y los incendios.
Toda la tarde permanecieron sentados en las gradas de la casa histórica atolondrados ante las dramáticas escenas que se sucedían. No conocían la ciudad y tenían miedo de ser arrastrados por el pueblo enloquecido.
Llegó la noche. Un agente de policía que los encontró en el mismo lugar, los condujo a la seccional cercana, donde los interrogó un oficial:
-Tú, ¿cómo te llamas? ¿Qué hacías en la Plaza en momentos tan peligrosos?
-Me llamo Héctor. Con María, mi amiguita, nos vinimos al centro a buscar trabajo. Lo que hemos visto nos ha dado mucho miedo, y queremos que nos lleven a casa.
Una hora después, los aventureros chicuelos caían en brazos de sus familiares, que ya desesperaban de encontrarlos.
 

Los padres de Héctor, presas aún de incontenible emoción, no pudieron regañar al pequeño por la escapada. Sólo atinaron a estrecharlo contra su pecho y a formularle preguntas relacionadas con lo que habían visto. El muchacho, trémulo todavía y muy contento de hallarse nuevamente entre los suyos, no alegó en su favor sino que habían ido a buscar trabajo. Sus manifestaciones dieron lugar a renovadas escenas de emoción. La madre, lleno el corazón de congoja, mezcló sus besos con las lágrimas.
-Hijo mío –díjole don Pepe, más tarde-, ¿qué quiere decir todo eso tan horrible que hemos visto? ¿Por qué la gente corría e incendiaba coches?
-Has presenciado una revolución, Héctor.
-¿Y qué es eso?
-Es un cambio de gobierno.
-¿Ese cambio de gobierno será bueno para nosotros, papá?
-Así lo creo, chiquito. Uno de los más graves males que ha tenido nuestro país, y que ha contribuido a este 4 de junio de 1943, ha sido la indiferencia culpable con que los hombres de los pasados regímenes descuidaron a su pueblo, a este pueblo trabajador y sudoroso que cimenta la grandeza de la patria. Su egoísmo, su sordera ante los sufrimientos de las clases humildes que, como nosotros, sólo tienen horizontes de lágrimas, han precipitado el drama que acabas de presenciar.
-Entonces, papá –preguntó Héctor-, esos hombres que corrían y gritaban cosas que no entendíamos, ¿son buenos?

-Por lo menos, era gente que estaba harta de vivir a la sombra en una nación donde el sol debe salir para todos.
-Ojalá, papá, que ahora ustedes puedan ganar algo más y que Mariquita y yo no necesitemos trabajar.

El padre besó al hijo, lo reconvino y le hizo prometer que nunca más volvería a salir sin permiso, pues es esa una falta grave que ningún niño debe cometer. Una vez que el bueno de Héctor lo hubo hecho, lo dejó en la cama con un beso, apagó la luz y abandonó el cuarto. 


martes, 6 de agosto de 2013

25.1.- Libro AVENTURAS DE DOS NIÑOS PERONISTAS

Seguimos presentando esta publicación partidaria de los años 50, en ella un prolijo diálogo de niños sirve al análisis del tiempo de cambio vivido.


-¿Qué dices? ¡A mí me parece que sí trabajan tanto, tienen que ganar mucho!
-Si, trabajan muchísimo, pero les pagan muy poco. Anoche escuché desde la cama una conversación. Papá le decía a mamá que, con lo que gana por quincena, no le alcanza para mantener la casa y pagar los remedios de abuelito. Hablaron mucho... Oí las palabras “injusticia”, “dolor” y “miseria”... ¿Tú sabes lo que quiere decir “miseria”?
-Yo, no.
-Mamá dijo que vivimos en la miseria y que ni siquiera tienen para comprarme un traje nuevo...
Mariquita se levantó con decisión.
-¡Voy a decirle a mamá que yo también quiero trabajar!
-No lo intentes... ¡Yo una vez quise hacerlo, y me retaron!
Hubo un largo silencio.
Los dos se quedaron mudos, embargados por una pena desconocida que ensombrecía sus corazoncitos infantiles. Entretanto, sus amigos de la calle seguían haciendo remontar el barrilete de flecos verdes y larga cola.

 

Aquella misma noche, el despierto Héctor se aproximó a su padre. Habían terminado de comer.
-Papá, tú trabajas mucho, ¿no es cierto? –dijo.
-Mira mis manos. Aquí está la contestación –y el obrero exhibió sus callosos dedos.
-¿Es peligroso lo que hacés?
-No, pero muy cansador. Acarreo bolsas a los barcos todo el día.
-¿Y son pesadas las bolsas, papá?
-Si. Setenta kilos, más o menos.
-¡Cómo tendrás los hombros!
-ya están acostumbrados, Héctor. Hace años lo hago, y creo que seguiré haciéndolo, si Dios quiere.
-Por todo eso que haces, que es tanto, te han de pagar mucho dinero, ¿verdad?
El padre muró al hijo con amargura y guardó silencio.
-¿No te pagan bien, acaso? –insistió el niño, observándolo detenidamente.
-¿Por qué me lo preguntas, hijo?
El chico, con cortedad, acarició al padre. Luego respondió, temeroso de incurrir en falta:
-Anoche mamá lloraba, y tú le decías que vivimos como unos “descamisados”. ¿Qué quiere decir eso, papá?
-Ser descamisado, hijo, es vivir como lo hacemos nosotros. Es tenerte todo el año con un mismo trajecito que, al cabo de muchos meses, está roto y gastado por todas partes. Es tener que andar cuidando el centavo para no quedarnos sin comer antes de la paga. ¡Es no poseer ni un cobre a veces para combar un remedio, y llorar de impotencia por las injusticias, día tras día!
Héctor quizá no comprendió del todo lo que había escuchado. No obstante, se dio cuenta perfecta de que en el alma de su amado padre se agitaba un drama y, sin palabras para responder, sólo acertó a besar la frente del obrero.
-¡Si yo pudiera trabajar”... –añadió tras una pausa.
-Todavía eres muy chico para eso. Ya tendrás tiempo para llenar tus manos de durezas y para sufrir apuros. Y ahora, querido, ve a dormir, que mañana tienes que levantarte temprano para ir al colegio.

Minutos más tarde, el niño se retiraba a su aposento. En la cocina, tomados de las manos, el cargador y su mujer no hallaban palabras que alcanzaran a expresar lo que les apretaba el corazón.

                                       ***

En el piso alto, la escena era casi la misma, sólo que allí, las carcajadas de un pequeño querube de ojos azules ponían un poco de luz en medio de tanta sombra.
El abuelo Nicola jugaba con Mariquita. Esta, roja de placer y sin aliento, cabalgaba sobre las rodillas del anciano entre risotadas y alaridos de susto.

-Más abuelito, más...! ¡Otro salto!
-Estoy cansado, chiquita... –replicó don Nicola.
-Si, nena –intervino la madre-. Ya es hora de que te acuestes. Vamos, dale un beso a tu papá y otro a tu abuelito, y a la cama.
Breves minutos después, Mariquita se dirigía a su dormitorio, cargada en brazos por la excelente mujer.
Se desvistió y procedió a rezar sus oraciones. La madre la arropó amorosamente, pero la niña, antes de que se marchara, murmuró:
-Mamita, hoy Héctor me dijo algo que no entiendo. Me contó que había visto a su mamá llorando y que el papito hablaba de “miseria”. ¿Nosotros estamos igual que ellos, mamita? –y sus ojos inocentes se clavaron en los de su madre a través de la penumbra.
-Nosotros somos obreros igual que los padres de Héctor –fué la respuesta.
-Y los obreros, ¿no son ricos?
-Solamente en esperanzas, queridita...
-Y si los obreros son tan pobres, ¿no hay nadie que los ayude? ¿No hay nadie que les tenga lástima?
-No, Mariquita. Nadie.
Y con esta apesadumbrada réplica, la madre apagó la luz del cuarto.
La niña quedó sola. Pensativa, con los grandes ojos muy abiertos, fijó su mirada en la figura de un Cristo que se dibujaba sobre la pared.

 




domingo, 4 de agosto de 2013

25.- Libro AVENTURAS DE DOS NIÑOS PERONISTAS.




Daniel "Jackie" me acercó el ejemplar de AVENTURA DE DOS NIÑOS PERONISTAS, escrito de de Diez Gómez que se corresponde con toda una etapa de propaganda de la gestión política, que coincide con el momento de ascenso y plenitud del primer peronismo.

La obra integra la biblioteca infantil "General Perón" y lleva ilustraciones de Francisco Dinard.

Por limitaciones del soporte -y tal vez solamente de nuestra habilidad en su manejo- es que realizaremos transcripciones del mismo aportando en cada entrada a nuestro Museo Virtual novedades con respecto a esta singular edición.



EN UNA CALLE DEL LABORIOSO BARRIO DE Barracas, en medio de fábricas bulliciosos y altas chimeneas, se levantaba una modesta vivienda de dos plantas, de plomizas paredes de cinc y destartalada escalera habitada por dos familias obreras, conocidas en la zona y muy estimadas por el vecindario.
En las habitaciones altas vivía don Agustín, peón de una fundición próxima, con su mujer Catalina, una hijita graciosa e inteligente de nombre María y el viejo Nicola, padre del cabeza de familia y, por consiguiente, abuelo de Mariquita.

Era una familia sumamente unida. No había hora en que no se escuchara, en lo alto, la risa de la niña o la charla amable de los demás, festejando sus ocurrencias.
Don Agustín, el obrero, se levantaba todos los días al  amanecer. Luego de tomar el desayuno preparado por la esposa, besaba a Mariquita, daba al anciano una palmada cordial en la espalda y se encaminaba hacia la fundición, en la que hacía su entrada en el preciciso instante en que la estridente sirena llamaba a todos a la diaria labor.
Mientras el buen hombre cumplía su tarea en la sala de máquinas del establecimiento, la madre, solícita, preparaba a su hijita para que fuera a la clase. No se le escapaba detalle, procurando que llevara el delantal bien planchado, la cara limpia, el cabello liso y los útiles prolijamente colocados dentro de la cartera.
A las ocho en punto partía la niña. En la puerta aguardaba a su compañero de banco –un simpático chico del que hablaremos en seguida-, y juntos machaban calle arriba.
En el piso bajo de la misma casa habitaba otra sencilla familia de trabajadores, integrada por un matrimonio y un niño.
El hombre realizaba faenas de cargador en el puerto de la Capital, faenas para las cuales es necesario gozar de salud y fuerzas.
La mujer lavaba ropa para afuera tres veces por semana con el objeto de ayudar a pagar los gastos del mes.
También era éste un hogar tranquilo. Tanto don Pepe, el padre, como doña Elisa, la madre, y el pequeño Héctor, batallaban duramente para poder mantener la casa y equilibrar el presupuesto familiar.
Héctor era el niño a quien esperaba Mariquita en la puerta para juntos marchar camino de la escuela.
Ambos niños se habían criado en la misma casa. Las dos familias se hallaban unidas por fuertes lazos de amistad, y por ello no es de extrañar                       

 que Mariquita y Héctor crecieran como hermanos, jugando desde la mañana hasta la noche en la escalera que conducía al piso de arriba u organizando ruidosas reuniones callejeras en compañía de otros chicos.
María era de carácter tímido. Héctor, en cambio, atrevido y resulto, llevaba la iniciativa en cuanta travesura iniciaban. Todas, invariablemente, se veían coronadas por las reprensiones de los padres y el llanto de los autores.
En la escuela ocupaban el mismo banco y estudiaban cabecita con cabecita. En la habitación de María hacían luego los deberes y, a la hora de dormir, no podían separarse sin un abrazo y un cariñoso “hasta mañana”.
Sentados ambos en el umbral de la puerta de calle, miraban una tarde cómo otros amiguitos remontaban un barrilete. De súbito, Héctor se encaró con su amiga y preguntó, con gesto de gravedad fuera de lo común:
-Dime, Mariquita: ¿tu mamá llora a veces como la mía?
-¿Por qué me lo preguntas? Algunas veces la he visto muy triste, pero no sé la causa.
-¡Yo sí la sé! –replicó el niño con suficiencia-, ¡Tu mamá y la mía lloran porque no les alcanza la plata que ganan nuestros padres!