martes, 6 de agosto de 2013

25.1.- Libro AVENTURAS DE DOS NIÑOS PERONISTAS

Seguimos presentando esta publicación partidaria de los años 50, en ella un prolijo diálogo de niños sirve al análisis del tiempo de cambio vivido.


-¿Qué dices? ¡A mí me parece que sí trabajan tanto, tienen que ganar mucho!
-Si, trabajan muchísimo, pero les pagan muy poco. Anoche escuché desde la cama una conversación. Papá le decía a mamá que, con lo que gana por quincena, no le alcanza para mantener la casa y pagar los remedios de abuelito. Hablaron mucho... Oí las palabras “injusticia”, “dolor” y “miseria”... ¿Tú sabes lo que quiere decir “miseria”?
-Yo, no.
-Mamá dijo que vivimos en la miseria y que ni siquiera tienen para comprarme un traje nuevo...
Mariquita se levantó con decisión.
-¡Voy a decirle a mamá que yo también quiero trabajar!
-No lo intentes... ¡Yo una vez quise hacerlo, y me retaron!
Hubo un largo silencio.
Los dos se quedaron mudos, embargados por una pena desconocida que ensombrecía sus corazoncitos infantiles. Entretanto, sus amigos de la calle seguían haciendo remontar el barrilete de flecos verdes y larga cola.

 

Aquella misma noche, el despierto Héctor se aproximó a su padre. Habían terminado de comer.
-Papá, tú trabajas mucho, ¿no es cierto? –dijo.
-Mira mis manos. Aquí está la contestación –y el obrero exhibió sus callosos dedos.
-¿Es peligroso lo que hacés?
-No, pero muy cansador. Acarreo bolsas a los barcos todo el día.
-¿Y son pesadas las bolsas, papá?
-Si. Setenta kilos, más o menos.
-¡Cómo tendrás los hombros!
-ya están acostumbrados, Héctor. Hace años lo hago, y creo que seguiré haciéndolo, si Dios quiere.
-Por todo eso que haces, que es tanto, te han de pagar mucho dinero, ¿verdad?
El padre muró al hijo con amargura y guardó silencio.
-¿No te pagan bien, acaso? –insistió el niño, observándolo detenidamente.
-¿Por qué me lo preguntas, hijo?
El chico, con cortedad, acarició al padre. Luego respondió, temeroso de incurrir en falta:
-Anoche mamá lloraba, y tú le decías que vivimos como unos “descamisados”. ¿Qué quiere decir eso, papá?
-Ser descamisado, hijo, es vivir como lo hacemos nosotros. Es tenerte todo el año con un mismo trajecito que, al cabo de muchos meses, está roto y gastado por todas partes. Es tener que andar cuidando el centavo para no quedarnos sin comer antes de la paga. ¡Es no poseer ni un cobre a veces para combar un remedio, y llorar de impotencia por las injusticias, día tras día!
Héctor quizá no comprendió del todo lo que había escuchado. No obstante, se dio cuenta perfecta de que en el alma de su amado padre se agitaba un drama y, sin palabras para responder, sólo acertó a besar la frente del obrero.
-¡Si yo pudiera trabajar”... –añadió tras una pausa.
-Todavía eres muy chico para eso. Ya tendrás tiempo para llenar tus manos de durezas y para sufrir apuros. Y ahora, querido, ve a dormir, que mañana tienes que levantarte temprano para ir al colegio.

Minutos más tarde, el niño se retiraba a su aposento. En la cocina, tomados de las manos, el cargador y su mujer no hallaban palabras que alcanzaran a expresar lo que les apretaba el corazón.

                                       ***

En el piso alto, la escena era casi la misma, sólo que allí, las carcajadas de un pequeño querube de ojos azules ponían un poco de luz en medio de tanta sombra.
El abuelo Nicola jugaba con Mariquita. Esta, roja de placer y sin aliento, cabalgaba sobre las rodillas del anciano entre risotadas y alaridos de susto.

-Más abuelito, más...! ¡Otro salto!
-Estoy cansado, chiquita... –replicó don Nicola.
-Si, nena –intervino la madre-. Ya es hora de que te acuestes. Vamos, dale un beso a tu papá y otro a tu abuelito, y a la cama.
Breves minutos después, Mariquita se dirigía a su dormitorio, cargada en brazos por la excelente mujer.
Se desvistió y procedió a rezar sus oraciones. La madre la arropó amorosamente, pero la niña, antes de que se marchara, murmuró:
-Mamita, hoy Héctor me dijo algo que no entiendo. Me contó que había visto a su mamá llorando y que el papito hablaba de “miseria”. ¿Nosotros estamos igual que ellos, mamita? –y sus ojos inocentes se clavaron en los de su madre a través de la penumbra.
-Nosotros somos obreros igual que los padres de Héctor –fué la respuesta.
-Y los obreros, ¿no son ricos?
-Solamente en esperanzas, queridita...
-Y si los obreros son tan pobres, ¿no hay nadie que los ayude? ¿No hay nadie que les tenga lástima?
-No, Mariquita. Nadie.
Y con esta apesadumbrada réplica, la madre apagó la luz del cuarto.
La niña quedó sola. Pensativa, con los grandes ojos muy abiertos, fijó su mirada en la figura de un Cristo que se dibujaba sobre la pared.

 




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