Daniel "Jackie" me acercó el ejemplar de AVENTURA DE DOS NIÑOS PERONISTAS, escrito de de Diez Gómez que se corresponde con toda una etapa de propaganda de la gestión política, que coincide con el momento de ascenso y plenitud del primer peronismo.
La obra integra la biblioteca infantil "General Perón" y lleva ilustraciones de Francisco Dinard.
Por limitaciones del soporte -y tal vez solamente de nuestra habilidad en su manejo- es que realizaremos transcripciones del mismo aportando en cada entrada a nuestro Museo Virtual novedades con respecto a esta singular edición.
EN UNA CALLE DEL LABORIOSO BARRIO DE Barracas, en medio de fábricas
bulliciosos y altas chimeneas, se levantaba una modesta vivienda de dos
plantas, de plomizas paredes de cinc y destartalada escalera habitada por dos
familias obreras, conocidas en la zona y muy estimadas por el vecindario.
En las habitaciones
altas vivía don Agustín, peón de una fundición próxima, con su mujer Catalina,
una hijita graciosa e inteligente de nombre María y el viejo Nicola, padre del
cabeza de familia y, por consiguiente, abuelo de Mariquita.
Era una familia
sumamente unida. No había hora en que no se escuchara, en lo alto, la risa de
la niña o la charla amable de los demás, festejando sus ocurrencias.
Don Agustín, el
obrero, se levantaba todos los días al
amanecer. Luego de tomar el desayuno preparado por la esposa, besaba a
Mariquita, daba al anciano una palmada cordial en la espalda y se encaminaba
hacia la fundición, en la que hacía su entrada en el preciciso instante en que
la estridente sirena llamaba a todos a la diaria labor.
Mientras el buen
hombre cumplía su tarea en la sala de máquinas del establecimiento, la madre,
solícita, preparaba a su hijita para que fuera a la clase. No se le escapaba
detalle, procurando que llevara el delantal bien planchado, la cara limpia, el
cabello liso y los útiles prolijamente colocados dentro de la cartera.
A las ocho en punto
partía la niña. En la puerta aguardaba a su compañero de banco –un simpático
chico del que hablaremos en seguida-, y juntos machaban calle arriba.
En el piso bajo de la
misma casa habitaba otra sencilla familia de trabajadores, integrada por un
matrimonio y un niño.
El hombre realizaba
faenas de cargador en el puerto de la Capital , faenas para las cuales es necesario
gozar de salud y fuerzas.
La mujer lavaba ropa
para afuera tres veces por semana con el objeto de ayudar a pagar los gastos
del mes.
También era éste un
hogar tranquilo. Tanto don Pepe, el padre, como doña Elisa, la madre, y el
pequeño Héctor, batallaban duramente para poder mantener la casa y equilibrar
el presupuesto familiar.
Héctor era el niño a
quien esperaba Mariquita en la puerta para juntos marchar camino de la escuela.
Ambos niños se habían
criado en la misma casa. Las dos familias se hallaban unidas por fuertes lazos
de amistad, y por ello no es de extrañar
que Mariquita y
Héctor crecieran como hermanos, jugando desde la mañana hasta la noche en la
escalera que conducía al piso de arriba u organizando ruidosas reuniones
callejeras en compañía de otros chicos.
María era de carácter
tímido. Héctor, en cambio, atrevido y resulto, llevaba la iniciativa en cuanta
travesura iniciaban. Todas, invariablemente, se veían coronadas por las
reprensiones de los padres y el llanto de los autores.
En la escuela
ocupaban el mismo banco y estudiaban cabecita con cabecita. En la habitación de
María hacían luego los deberes y, a la hora de dormir, no podían separarse sin
un abrazo y un cariñoso “hasta mañana”.
Sentados ambos en el
umbral de la puerta de calle, miraban una tarde cómo otros amiguitos remontaban
un barrilete. De súbito, Héctor se encaró con su amiga y preguntó, con gesto de
gravedad fuera de lo común:
-Dime, Mariquita: ¿tu
mamá llora a veces como la mía?
-¿Por qué me lo
preguntas? Algunas veces la he visto muy triste, pero no sé la causa.
-¡Yo sí la sé!
–replicó el niño con suficiencia-, ¡Tu mamá y la mía lloran porque no les
alcanza la plata que ganan nuestros padres!
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