domingo, 11 de agosto de 2013

25.2 Libro AVENTURA DE DOS NIÑOS PERONISTAS.

Subimos esta tercera parte de este singular libro en un día de elecciones, un día también político, un día cargado de esperanza para aquellos que no han caído en el fácil escepticismo de estos tiempos.
El libro comienza a desarrollar su relato y después tropezamos con un inconveniente.

A la mañana siguiente, Héctor y María se encaminaron hacia la escuela tomados de la mano.
Ambos parecían tristes, como si algo que pesaba en sus almitas detuviera la sonrisa de sus labios.
Una cuadra antes de llegar, el niño se detuvo; parecía haber tomado una resolución definitiva. Miró con fijeza a Mariquita.
-Mi papá es un descamisado –le dijo.
-¡Y el mío también!
-¡Ellos no tienen plata suficiente, y es por eso qu nuestras madres lloran!
-¡Ya lo sé!
-Bueno. Nosotros podemos trabajar para ayudarlos.
-¿Y Cómo? –interrogó la pequeña-. Somos muy chicos...

Y el inconveniente está aquí: UNA HOJA FUE CORTADA. Ya el libro en su tapa muestra que con lápiz se borró la palabra peronista convirtiendo a la obra en tan solo “AVENTURAS de dos niños!




....

Luego página cortada, la cual comienza: -No importa...  y del otro lado de se un dibujo.


Varios vehículos incendiados por el populacho ardían sobre el pavimento de la Avenida y de la calle Victoria, hoy Hipólito Yrigoyen. Tropas del ejército cruzaban al trote hacia el paseo Alem, y racimos humanos convergían hacia la Plaza de Mayo al grito de: ¡Abajo la oligarquía!
Mariquita se abrazó a Héctor, temerosa:
-Tengo miedo... ¡Llévame a casa!
-Es que... no sé para dónde queda... –contestó el niño, casi lloroso.
Pero él era un hombre y no debía perder su aplomo. Ante todo, le cabía la inmensa responsabilidad de proteger a su compañerita. Estrechó los hombros de la niña con uno de sus brazos, y se refugiaron a todo escape tras una de las arcadas del Cabildo. Allí, por lo menos, hallábanse al abrigo de los tumultos y los incendios.
Toda la tarde permanecieron sentados en las gradas de la casa histórica atolondrados ante las dramáticas escenas que se sucedían. No conocían la ciudad y tenían miedo de ser arrastrados por el pueblo enloquecido.
Llegó la noche. Un agente de policía que los encontró en el mismo lugar, los condujo a la seccional cercana, donde los interrogó un oficial:
-Tú, ¿cómo te llamas? ¿Qué hacías en la Plaza en momentos tan peligrosos?
-Me llamo Héctor. Con María, mi amiguita, nos vinimos al centro a buscar trabajo. Lo que hemos visto nos ha dado mucho miedo, y queremos que nos lleven a casa.
Una hora después, los aventureros chicuelos caían en brazos de sus familiares, que ya desesperaban de encontrarlos.
 

Los padres de Héctor, presas aún de incontenible emoción, no pudieron regañar al pequeño por la escapada. Sólo atinaron a estrecharlo contra su pecho y a formularle preguntas relacionadas con lo que habían visto. El muchacho, trémulo todavía y muy contento de hallarse nuevamente entre los suyos, no alegó en su favor sino que habían ido a buscar trabajo. Sus manifestaciones dieron lugar a renovadas escenas de emoción. La madre, lleno el corazón de congoja, mezcló sus besos con las lágrimas.
-Hijo mío –díjole don Pepe, más tarde-, ¿qué quiere decir todo eso tan horrible que hemos visto? ¿Por qué la gente corría e incendiaba coches?
-Has presenciado una revolución, Héctor.
-¿Y qué es eso?
-Es un cambio de gobierno.
-¿Ese cambio de gobierno será bueno para nosotros, papá?
-Así lo creo, chiquito. Uno de los más graves males que ha tenido nuestro país, y que ha contribuido a este 4 de junio de 1943, ha sido la indiferencia culpable con que los hombres de los pasados regímenes descuidaron a su pueblo, a este pueblo trabajador y sudoroso que cimenta la grandeza de la patria. Su egoísmo, su sordera ante los sufrimientos de las clases humildes que, como nosotros, sólo tienen horizontes de lágrimas, han precipitado el drama que acabas de presenciar.
-Entonces, papá –preguntó Héctor-, esos hombres que corrían y gritaban cosas que no entendíamos, ¿son buenos?

-Por lo menos, era gente que estaba harta de vivir a la sombra en una nación donde el sol debe salir para todos.
-Ojalá, papá, que ahora ustedes puedan ganar algo más y que Mariquita y yo no necesitemos trabajar.

El padre besó al hijo, lo reconvino y le hizo prometer que nunca más volvería a salir sin permiso, pues es esa una falta grave que ningún niño debe cometer. Una vez que el bueno de Héctor lo hubo hecho, lo dejó en la cama con un beso, apagó la luz y abandonó el cuarto. 


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