Subimos esta tercera parte de este singular libro en
un día de elecciones, un día también político, un día cargado de esperanza para
aquellos que no han caído en el fácil escepticismo de estos tiempos.
El libro comienza a desarrollar su relato y después
tropezamos con un inconveniente.
A la mañana
siguiente, Héctor y María se encaminaron hacia la escuela tomados de la mano.
Ambos parecían
tristes, como si algo que pesaba en sus almitas detuviera la sonrisa de sus
labios.
Una cuadra antes de
llegar, el niño se detuvo; parecía haber tomado una resolución definitiva. Miró
con fijeza a Mariquita.
-Mi papá es un
descamisado –le dijo.
-¡Y el mío también!
-¡Ellos no tienen
plata suficiente, y es por eso qu nuestras madres lloran!
-¡Ya lo sé!
-Bueno. Nosotros
podemos trabajar para ayudarlos.
-¿Y Cómo? –interrogó
la pequeña-. Somos muy chicos...
Y el inconveniente está aquí: UNA HOJA FUE CORTADA. Ya
el libro en su tapa muestra que con lápiz se borró la palabra peronista
convirtiendo a la obra en tan solo “AVENTURAS de dos niños!
....
Luego página cortada, la cual comienza: -No
importa... y del otro lado de se un
dibujo.
Varios vehículos
incendiados por el populacho ardían sobre el pavimento de la Avenida y de la calle
Victoria, hoy Hipólito Yrigoyen. Tropas del ejército cruzaban al trote hacia el
paseo Alem, y racimos humanos convergían hacia la Plaza de Mayo al grito de:
¡Abajo la oligarquía!
Mariquita se abrazó a
Héctor, temerosa:
-Tengo miedo...
¡Llévame a casa!
-Es que... no sé para
dónde queda... –contestó el niño, casi lloroso.
Pero él era un hombre
y no debía perder su aplomo. Ante todo, le cabía la inmensa responsabilidad de
proteger a su compañerita. Estrechó los hombros de la niña con uno de sus
brazos, y se refugiaron a todo escape tras una de las arcadas del Cabildo.
Allí, por lo menos, hallábanse al abrigo de los tumultos y los incendios.
Toda la tarde
permanecieron sentados en las gradas de la casa histórica atolondrados ante las
dramáticas escenas que se sucedían. No conocían la ciudad y tenían miedo de ser
arrastrados por el pueblo enloquecido.
Llegó la noche. Un
agente de policía que los encontró en el mismo lugar, los condujo a la
seccional cercana, donde los interrogó un oficial:
-Tú, ¿cómo te llamas?
¿Qué hacías en la Plaza
en momentos tan peligrosos?
-Me llamo Héctor. Con
María, mi amiguita, nos vinimos al centro a buscar trabajo. Lo que hemos visto
nos ha dado mucho miedo, y queremos que nos lleven a casa.
Una hora después, los
aventureros chicuelos caían en brazos de sus familiares, que ya desesperaban de
encontrarlos.
Los padres de Héctor,
presas aún de incontenible emoción, no pudieron regañar al pequeño por la
escapada. Sólo atinaron a estrecharlo contra su pecho y a formularle preguntas
relacionadas con lo que habían visto. El muchacho, trémulo todavía y muy contento
de hallarse nuevamente entre los suyos, no alegó en su favor sino que habían
ido a buscar trabajo. Sus manifestaciones dieron lugar a renovadas escenas de
emoción. La madre, lleno el corazón de congoja, mezcló sus besos con las
lágrimas.
-Hijo mío –díjole don
Pepe, más tarde-, ¿qué quiere decir todo eso tan horrible que hemos visto? ¿Por
qué la gente corría e incendiaba coches?
-Has presenciado una
revolución, Héctor.
-¿Y qué es eso?
-Es un cambio de
gobierno.
-¿Ese cambio de
gobierno será bueno para nosotros, papá?
-Así lo creo,
chiquito. Uno de los más graves males que ha tenido nuestro país, y que ha
contribuido a este 4 de junio de 1943, ha sido la indiferencia culpable con que
los hombres de los pasados regímenes descuidaron a su pueblo, a este pueblo
trabajador y sudoroso que cimenta la grandeza de la patria. Su egoísmo, su
sordera ante los sufrimientos de las clases humildes que, como nosotros, sólo
tienen horizontes de lágrimas, han precipitado el drama que acabas de
presenciar.
-Entonces, papá –preguntó
Héctor-, esos hombres que corrían y gritaban cosas que no entendíamos, ¿son
buenos?
-Por lo menos, era
gente que estaba harta de vivir a la sombra en una nación donde el sol debe
salir para todos.
-Ojalá, papá, que
ahora ustedes puedan ganar algo más y que Mariquita y yo no necesitemos
trabajar.
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