Era el momento
indudable en que mi padre se disponía a salir de casa cuando se colocaba la
corbata y ajustaba el nudo frente al espejo.
El espejo era
redondo y lo utilizaba para afeitarse. Para eso lo elevaba a su altura. Mi
madre lo invitaba a que usara el de la cómoda, para lo cual tenía que
agacharse, o el de “la nona”, que estaba guardado en una pieza que servía de
depósito.., porque según ella uno debía verse de cuerpo entero antes de salir.
Y la corbata podía desentonar con el resto de la vestimenta, o con el momento
que se iba a vivir.
Papá tenía una
corbata negra para los funerales, y varias para todos los días, en las fiestas
era otra cosa.., alguna más informal, multicolor, brillante, y llegada alguna
fiesta podía recibir otra corbata de regalo.
La imagen superior
muestra las tres corbatas que me han quedado del vestuario de mi padre.
La inferior muestra
una de ellas con su marca, creo que se compraron en la Tienda Buenos Aires.
Yo también comencé
con esto de las corbatas siendo muy niño, tal vez antes de ir a la escuela. Mi
corbata era escocesa de fondo verde con vivos rojos y blancos, vaya a saber a
qué clan pertenecería. Como era para un niño, supuestamente poco hábil, se
ajustaba con una elástico y pequeño gancho. Más tarde vinieron otras, que
formaron parte de la exigencia del uniforme en la escuela secundaria. Creo que
por influjo de los Beatles pasamos en la pubertad a usar corbata delgada, y al
final de la adolescencia las corbatas se ensancharon y por influencia hippie
aparecieron algunas con estampados búlgaros.
Mi foto de ingreso a
la universidad me muestra con una corbata de un ancho fuera de lo común, poco
después fue común que en los casamientos en novio luciera amplio corbatón de
seda.
Por esos años mi
padre por razones laborales dejó de usar la corbata cotidianamente y cuando se
hizo cargo de la conserjería del Atlántida y volvió a usarla fue un motivo de
alegría para mi madre, creo que se conformó con eso más que con la remuneración
que percibiría.
Hasta entonces la
corbata había sido par él prenda dominical. Los sábados peluquería, el domingo
camisa blanca y corbata, aunque tuviera que quedarse en casa.
Hacer el nudo de la
corbata era una suerte de superación, un ascenso a la condición masculina más
elevada.
Durante mucho tiempo
me tomó examen para ver si había aprendido de su mano, y en su cuello.
Tendría una docena de corbatas cuando nos enteramos por la revista Gente que el presidente Lastiri tenía: ¡mil!
Cuando murió ya
vivíamos cada uno en su casa, y el trabajo cotidiano –encargado de un corralón
maderero- con tenía con pilchas más rudas; tal vez por eso dejó el nudo
corredizo en las corbatas que más usaba, la que sacaba con encima de su cabeza
y ajustaba cuando era necesario colocarla.
Tenía cierta
dificultad para elevar los brazos, productos de una fractura en omóplato y
clavícula que dejó sus secuelas, por lo le pedía a mi madre que “lo enlazara”.
Mamá solía comentar
que la corbata era un invento de los croatas –ella venía de esa raza- que la
usaban los hombres que iban a la guerra, que engordaban y les saltaban los
botones, y no tenían mujer cerca que se los cosieran, y por eso con una tira de
tela cubrían los faltantes adoptando con el tiempo colores diferentes según el
regimiento al que pertenecían.
En esos tiempos sin
internet mi madre tenía explicaciones para todas las cosas, algunas parecían un
tanto fantasiosas, cualidad que alguno en la familia parece haber heredado
Así quedo esta
corbata, -en la tercera foto- con el nudo nacido de las manos de mi padre, hace
algo así como 37 años, o más…. La tercera foto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario