El objeto está ahí,
sobre la mesa ratona, cerca del rincón donde se encuentra mi PC. Es decir en mi
escritorio.
Tiene algo así como
diez años de antigüedad y es de fabricación artesanal chilena.
Las autoras de esta
preciosa carpeta han sido dos parientes directas, y la destinataria de la
misma: mi esposa.
La comenzó a hacer
mi tía Ana Martinovic de Yaksic, y contribuyó a su realización su hija Dominga
Magdalena, a la que conocimos con el apelativo de Nedy.
Diré aquí para darle
un carácter técnico que tiene 42 centímetros de diámetro, y que hasta pocos
meses tenía uso ocasional en alguna de las mesas de la casa: la del living
preferentemente, hasta que la mesita se instaló en mi lugar porque aquí había
un silloncito que hacía más cómodo las sesiones de trasnoche mirando Neflix.
Entonces en la mesita estaban algunos libros que leyó en sus últimos días, el
sifón con soda, el vaso, y una que otra golosina.
Tal vez se podría
decir que es una pieza muy fina para un uso tan cotidiano, pero así fue la
cosa: la carpeta era de ella, y ella quería tenerla cerca en recuerdo del
trámite que realizó para conseguirla.
Es que en nuestras
visitas a la casa de la tía, saltaban a la vista las numerosas manualidades que
había sabido hacer durante su vida. Trabajos que en algunos casos ayudó en la
economía familiar para parar la olla, en tiempos de carestía que los hubo en su
país, y como suele ocurrir también aquí: cuando menos se lo desea.
Patricia Cajal
elogiaba estos trabajos, y un día mi tía le dijo que le iba a hacer una, más o
menos grandecita, aunque mi esposa se hubiera contentado en el acto con una más
pequeña. Pero la promesa estaba hecha, le haría la carpeta para un próximo
viaje que ya estaba prefijado porque iba de la mano de la búsqueda de un libro
de nuestra parte.
Quedaron también de
acuerdo que se enviaría de Argentina el hilo que se usaría en la confección,
cosa que significó ver varios comercios en la zona de Once, en una derivación
médica que se concretó de inmediato por aquellos días.
De Buenos Aires, a
Río Grande, de aquí en mano a la calle Serrano, en el Barrio Sur, donde vivía
la hacedora de la carpeta.
¡La tía Ana ya
podría comenzar a trabajar!
Y aquí aparecen dos
historias: una que dice que usó el hilo argentino, otra que le cansaba las
manos, y que por ello dejó la carpeta a medio hacer y comprando un hilo
fabricado en no sé dónde –vieron que en Punta Arenas abundan mercancías internacionales-
realizó con el nuestra pieza de museo.
No sé cuás de las
dos historias es la verdadera, y cuál sería la más bonita; o lo interesante es
que hubiera dos historias.
Como que también
hayan sido dos las mujeres que intervinieron en la confección de nuestra
carpeta. Y digo nuestra porque si bien fue de mi esposa, ahora en
circunstancias hereditarias ha pasado a ser mí, de la casa, de este lugar de donde difícilmente se sacará para mostrar la
cubierta vidriada y de madera lustrada de la mesa ratona.
Lo que pasó fue así.
La tía, con más de 90 años encima, comenzó a tener un dolor en la mano
izquierda que limitaba entre otras cosas su trabajo persistente con el
ganchillo. Los días iban pasando, la mano rendía menos, y Ana se preocupó
porque llegarían los sobrinos y no tendría preparada su promesa. Entonces pensó
en la hija.
Nedy había sido
iniciada siendo niña en todas estas manualidades en las que brillaba en
habilidad la madre. Pero teniendo un oficio, en su caso el de maestra, no
disponía del mismo tiempo que un ama de casa.., y con el tiempo dejó de practicar.
Además para que hacerlo, por gusto nomás, no por necesidad, puesto que tenía en
la madre una persistente fabricante de tejidos al crochet.
En ese sentido
recuerdo a mi madre que solía tejer gorras y guantes, antes de cada invierno,
piezas que terminaba regalando a alguien que le prodigaba elogios por la
calidad del trabajo, que para este caso era la homegenidad del tejido.
Desconozco que esto
del crochet haya sido una habilidad que la familia trajo de Europa, o si fue
producto de algún aprendizaje escolar. No pregunté en su momento, y la
enseñanza primera de la habilidad familiar permanecerá en los sitios míticos de
la memoria. Lo cierto es que al escribir he recuperado la palabra Europa, una
voz geográficamente más imprecisa que suprimía lo que tendría que haber sido:
Yugoeslavia, o luego Croacia.
Vamos a decir
entonces que nuestra carpeta tiene un estilo europeo.
Vaya a saberse en cuanto
habrá tenido que insistir Ana para que la hija continuara la tarea que ella no
podía concretar. Y cuánto de amor por la madre, o cuanto de amor por Patricia,
había en la decisión que la llevó a ponerse los anteojos de lectura, sentarse
en el sillón que en la cocina, hecho con el asiento del último taxi del tío
Valerio, y comenzar a trabajar en la continuidad de la tarea.
Así la carpeta que
comenzó la madre para la sobrina política, fue terminada por nuestra prima.
En reencuentro entre
los chilenos y los argentinos se dio en medio de las alegrías que siempre nos
fueron propias; y luego de tomar once –esta once se sabrá no es la del lugar
dónde fuimos por el hilo- apareció envuelta en un papel azul la preciada
carpeta.
Abrazos, besos,
encontronazos.. la ocurrencia de alguien que trajo el escondido mate de la
casa, y el traslado de la mesa al living
donde permanece en mi memoria, porque tontamente no tomé la foto de la
circunstancia, tal vez porque andaba corto de rollo y todo esto pasó en los
remotos tiempos que no existían los celulares y sus cámaras incorporada, la
imagen de Patricia, doblando y desdoblando el regalo sobre su falda.
Entonces fue cuando
Ana quiso que se compartieran los agradecimientos, y la hija que se interponía
para no hable sobre el tema. Pero al final la tía se impuso y contó cómo fue la
historia: la carpeta que comenzó una la terminó la otra.
Entonces volvieron a
la mesa, que ya había sido despejada de los restos de la merienda, y sobre la
misma la extendieron, prendieron luces, y alguien dijo que no se podría saber cuál
era la parte hecha por la madre, y cual hecha por la hija. Entonces se cruzaron
las miradas, una más experta que la otra. Hasta que finalmente la más
impertinente: Patricia, la destinataria del regalo, sin decir me parece, señaló
con certeza: -¡Hasta aquí llegó la tía, y de aquí hasta aquí debe ser el
trabajo de Nedy! Todos nos fuimos mirando para ver si alguien podía decir lo
contrario. Entonces la tía tomó la pieza de la cual estamos hablando, hubo un
tiempo de silencios, a lo lejos ladró un perro, y respirando hondo dijo:
-¡Saben que la Paty tiene razón!, y fue siguiendo la línea del trabajo de una y
de otra con sus delgados dedos y sus nacaradas uñas.
La historia puede
terminar así. Este objeto de nuestro Museo Virtual, se encuentra expuesto en
forma permanente en Obligado 519, de la ciudad de Río Grande donde puede ser
visto por quienes quieran visitarnos, de lunes a viernes, de 18 a 20.
No buscamos tazadores para nuestro objeto, porque sabemos que como tantas cosas nacidas del amor, para sus dueños, no tiene precio.
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